El proyecto MEMOLA recibió el Premio Mención Especial a la intervención en el territorio dentro de la categoría “a la conservación del patrimonio como factor de desarrollo económico y social” de la convocatoria de los Premios Hispania Nostra de Buenas Prácticas de 2015. Un galardón concedido por la recuperación de la acequia de Barjas que se realizó en el 2014 en Cáñar (Granada), junto con la comunidad de regantes local y con la colaboración de 18 instituciones y 180 voluntarios, procedentes de distintos puntos de la geografía nacional e internacional. El desarrollo del proyecto en Sierra Nevada ha generado interesantes dinámicas y acuerdos ubicados en la órbita de la custodia del territorio.
El proyecto pretende que la conservación de estos paisajes culturales montañosos del Mediterráneo se lleve a cabo a través del reconocimiento de este patrimonio y la articulación de estrategias de conservación cultural y medioambiental para el desarrollo sostenible de las áreas rurales. El objetivo es proteger el patrimonio cultural y, al mismo tiempo, aumentar y transmitir los conocimientos sobre el mismo en beneficio del medio ambiente y la sociedad. En todo este proceso la Universidad de Granada viene representando un papel que en determinados aspectos y casos es coincidente con el de una entidad de custodia del territorio. Nos lo explica José M.ª Martín Civantos, coordinador del proyecto, que se ha convertido en un agente activo de conservación de la biodiversidad en el Parque Nacional de Sierra Nevada.
“Todo comenzó con una pregunta. En el estudio de los sistemas históricos de regadío es fundamental el trabajo con los regantes que son nuestros principales informantes. Hace tiempo, en una de las entrevistas, uno de los labradores me preguntó para qué servía el trabajo que estábamos realizando. Yo respondí argumentando la importancia histórica del regadío y su antigüedad. El hombre me miró y dijo: “Todo eso está mu bien, pero eso, ¿pa qué sirve?”. Yo intenté darle una respuesta más satisfactoria, diciéndole que haríamos un mapa de las acequias y un sistema de información geográfica y que esa información estaría a disposición de la comunidad de regantes. El me volvió a preguntar: “Y eso, ¿pa qué sirve?”. Ninguno de mis argumentos respondía a sus demandas, ni a las necesidades de comunidades de regantes que sufren un proceso de marginación, crisis estructural, envejecimiento y el más absoluto desprecio por parte de la sociedad y la academia. Su pecado: haber mantenido sistemas de manejo de agua durante al menos mil años y las prácticas y saberes asociados a ellos; no ser competitivos ni eficientes en términos productivos en el marco económico capitalista globalizado; ser símbolo del atraso y el subdesarrollo…”.
En ese momento Jose M.ª se dio cuenta de que para conservar ese patrimonio era esencial mantener a las personas que lo manejaban, sus conocimientos y prácticas, para lo cual había que mantener la actividad que desarrollan.
“Esa es la única forma de conservar los enormes valores que atesoran, ya sean culturales y patrimoniales (materiales e inmateriales), ambientales o agronómicos. Para ello era necesario trabajar con las comunidades, con los regantes, desde otro plano, que no es desde el que la academia se mueve habitualmente (tampoco las humanidades)”, puntualiza.
Los estudios que el impulsor de MEMOLA ha llevado a cabo desde que concluyó sus tesis doctoral le han llevado a concebir la arqueología de manera compleja, abordando también la relación de esta disciplina con la naturaleza-. “En nuestra disciplina ha habido (está habiendo), un interesante desarrollo teórico y epistemológico, en el que la arqueología del paisaje tiene un importante papel y, dentro de ella, la comprensión de las relaciones históricas entre el ser humano y la naturaleza. La arqueología, como historia de la cultura material, se ocupa de los procesos de producción y reproducción de las sociedades del pasado (aunque el pasado e
s ya). En esos procesos está siempre implícita una relación con la naturaleza, procesos de apropiación y aprehensión que dan lugar a la formación de los paisajes. Cada sociedad tiene formas distintas de relacionarse con el medio y crea distintos paisajes a partir de lógicas sociales diferentes. Los paisajes que vemos ahora son el resultado de un proceso acumulativo (no siempre positivo). Son, en definitiva, yacimientos arqueológicos muy dilatados en el espacio y el tiempo. Son, por tanto, una parte esencial de la cultura material”.
Para entender su compromiso con la conservación de la biodiversidad en el Parque Nacional de Sierra Nevada hay que tener en cuenta que Jose M.ª proviene de “una tradición de compromiso social y ambiental donde es inseparable el trabajo con la producción ecológica, la agroecología o la integración de criterios y perspectivas ambientales, sociales y económicas”.
Para llevar a la práctica las acciones de MEMOLA los interlocutores locales son las comunidades de regantes y los agricultores y ganaderos que las integran.
“Ellos son los principales ‘custodios del territorio’. Además de ellos están, obviamente, los ayuntamientos, asociaciones culturales, de mujeres y, por supuesto, el propio Parque Nacional de Sierra Nevada. Del mismo modo, trabajamos con otros compañeros del Instituto Interuniversitario de Investigación del Sistema Tierra (IISTA), Instituto Geológico y Minero de España (IGME), Instituto de Formación Agraria y Pesquera de Andalucía (IFAPA), Instituto de Agricultura Sostenible (IAS-CSIC), etc”.
Mantener el sistema de riesgo comunal en Sierra Nevada es imprescindible para la conservación del robledal más meridional de la península ibérica, el robledal de Cáñar, en Granada.
“En primer lugar hemos de entender que ese robledal no es natural. Todo el espacio de Sierra Nevada está profundamente antropizado (como el resto de paisajes que vemos a nuestro alrededor). Son fruto de un proceso histórico, un proceso coevolutivo. Es ahí, precisamente, donde radican sus más importantes valores. El robledal es, de hecho, parte de un espacio de cultivo de regadío. Es, además, un espacio complejo, tanto por la forma de gestión de los cultivos como por las formas de propiedad. Históricamente los robles fueron no solo podados y talados, sino también regados, abonados y cavados. La ubicación de la mayor parte de los árboles no era casual: fueron plantados o dejados crecer de forma intencionada —explica—. Su supervivencia, y sobre todo su buen estado, está directamente ligado a la gestión y prácticas tradicionales. Actualmente una parte importante del sistema en esta zona serrana está abandonado. Este abandono implica, obviamente, la pérdida de conocimientos y prácticas que son, en buena medida, los que han dado lugar a las figuras de protección ambiental actuales y, por tanto, supone cambios en el paisaje y en los valores que alberga”.
La toma de contacto del equipo que impulsa MEMOLA con el movimiento de custodia del territorio se produce a través de la literatura científica, en primer lugar, y a a partir de la asociación Iniciativas Comunales. “Siempre hemos considerado que podría ser una herramienta importante para las comunidades de regantes históricas y tradicionales, de cara al reconocimiento y mantenimiento de sus valores y de los innumerables servicios ecosistémicos que generan. Estos sistemas de manejo de agua crean auténticos oasis en contextos geográficos diversos. La acción de las acequias hace que la humedad se extienda más allá de las zonas de captación y los cauces de los ríos, generando nuevos agroecosistemas que dependen del mantenimiento y de la energía aportada por el ser humano. Las acequias, balsas y albercas pueden ser consideradas como infraestructuras azules. Los espacios de regadío son infraestructuras verdes. Realizan servicios de regulación de las cuencas hidrográficas, de recarga de acuíferos y manantiales, fertilizan los suelos y evitan su salinización y la erosión, generan una gran bio y agrodiversidad, aumentan el número de polinizadores y depredadores naturales de plagas, son corredores ecológicos, etc“. (Animación 1 , Animación 2
MEMOLA no se entiende sin el trabajo con las comunidades de regantes
Una de las comunidades de regantes con las que más hemos trabajado es la de Cáñar y Barjas (Cáñar,Granada), actualmente dentro de proceso de evaluación para la declaración como ICCA. Está situada en la Alpujarra y pertenece a la Demarcación Hidrográfica de las Cuencas Mediterráneas Andaluzas. Se encuentra en la margen derecha del barranco del río Chico, que es tributario del río Guadalfeo. Allí realizamos, en el año 2014, la primera recuperación de una acequia, la de Barjas, que llevaba abandonada unos 20 años. Esta acción, llevada a cabo con voluntariado e implicando a unas 19 instituciones, supuso todo un éxito con un gran impacto. Para nosotros la actividad supone una importante herramienta de intervención social y sobre el territorio que se ha ido repitiendo desde el año 2014 por diversos pueblos y con distintas comunidades de regantes”.
Fruto del trabajo realizado, se ha logrado poner en valor tanto en papel del trabajo de las comunidades de regantes, como el que los regadíos históricos desempeñan a través de la generación de servicios ecosistémicos. “A ello ha contribuido también la creación de la Asociación de Comunidades de Regantes Históricas y Tradicionales de Andalucía. Esto ha provocado un mayor interés de la comunidad científica y las administraciones. Una de las más receptivas ha sido la Demarcación Hidrográfica de las Cuencas Mediterráneas Andaluzas, que ha encargado la realización de nuevos estudios y que ha manifestado públicamente su voluntad de incluir los sistemas de manejo tradicional en el próximo ciclo de planificación principalmente por sus funciones de regulación y recarga de acuíferos, pero, también porque son herramientas interesantes de adaptación al cambio climático. Se está barajando incluso la posibilidad de reconocer un caudal ecológico para las acequias o la inclusión de una tipología de río antropizado regulado por los manos históricos del agua. Por este motivo, estamos estudiando establecer un acuerdo de custodia fluvial para el caso de Cáñar y el río Chico, dentro del espacio protegido de Sierra Nevada y su entorno, que podría ser beneficioso no solo para el territorio, sino también para la comunidad o comunidades de regantes implicadas de cara a su mantenimiento y gestión. Para el desarrollo de esta idea contamos con el interés y el asesoramiento de la Plataforma de Custodia del Territorio de la Fundación Biodiversidad, que esperemos resulte fértil y útil para la conservación del medio y de formas de gestión y producción sostenible”.
MEMOLA incorpora voluntarios en sus actuaciones
“Son voluntarios que trabajan con nosotros y las comunidades de regantes para la recuperación y limpieza de acequias. Muchos de ellos provienen del ámbito universitario al que pertenecemos. A las actividades han acudido numerosos alumnos y alumnas de grado y posgrado de las más diversas disciplinas, desde Arqueología, Historia o Historia del Arte a Ciencias Ambientales, Biología o Ingenieríade la Edificación, pasando por Antropología, Arquitectura o Derecho. Son, sobre todo, estudiantes interesados en este tipo de intervención que se acercan de forma individual o en pequeños grupos de amigos”, nos comenta.
Además de los estudiantes han participado miembros de distintas asociaciones culturales, ambientales, de mujeres y ciudadanos que, a título individual, conocen la iniciativa. “Se ponen en contacto con nosotros a través de las redes sociales para participar. Muchos vienen del ámbito urbano y eso tiene un gran interés, pero otros son de pueblos cercanos que se vienen a colaborar y a participar de la experiencia. Solamente en la campaña de primavera de 2018 hemos recuperado y limpiado más de 16 km de acequias en cinco pueblos diferentes y han participado más de 180 voluntarios. Actualmente tenemos una mayor demanda de comunidades de regantes y municipios que nos han pedido la colaboración para intervenir en algunas de sus acequias, lo cual es muy positivo, pero principalmente la falta de medios nos impide llegar a más zonas y colectivos”.
Jose M.ª recalca cuáles son las principales amenazas de los sistemas tradicionales de riego comunal
”La principal amenaza ha sido en las últimas décadas la crisis generalizada de la producción agraria, que se ve acentuada en los sistemas tradicionales y, de manera particular, en los espacios de montaña. Esto ha dado lu
gar a procesos de abandono y marginalización, y ha contribuido también a la pérdida de población, al envejecimiento y a la falta de relevo. Las consecuencias van más allá de lo material, puesto que supone también el abandono de prácticas tradicionales y la pérdida de conocimientos ecológicos locales que son fundamentales”. Una amenaza a la que se suman otras vinculadas a las enormes presiones económicas y sociales encaminadas a una modernización de los regadíos entendida únicamente desde una perspectiva productivista. Esto se traduce en proyectos millonarios subvencionados cuyo objetivo es la sustitución de las redes de acequias y los riegos tradicionales por sistemas de riego a presión y riego localizado. Todo esto se hace en aras una mayor eficacia y esgrimiendo como principal argumento el ahorro de agua. Detrás de estos procesos subyace una concepción de la eficacia que está ligada solo a la productividad y, por tanto, a criterios de mercado. Detrás, en última instancia, sigue también pesando (y mucho) una concepción peyorativa del mundo rural, y muy especialmente de las prácticas y conocimientos tradicionales, como símbolo del subdesarrollo, la pobreza y la ignorancia”.
La sobreexplotación de acuíferos y la desertificación serían de los peligros que sufren. “Sin embargo, si aplicamos un enfoque más integrado y complejo de la eficiencia desde una perspectiva multifuncional de la agricultura y teniendo en cuenta los servicios ecosistémicos que genera, los sistemas históricos de regadío pasan a ocupar un papel muy distinto. De hecho, otra de las grandes amenazas (y problemas ambientales) ligada a la intensificación es la de la sobreexplotación de los acuíferos, la desecación de manantiales, humedales y ríos y la desertificación asociada a ella”,
Por ello se han puesto manos a la obra. “Nos hemos lanzado a una campaña de trabajo no solo de investigación, sino de defensa activa ligada la mejora de las condiciones de trabajo, de uso de los recursos y de generación de servicios ecosistémicos, que evite la desaparición de estos sistemas, de las comunidades que los gestionan y de los conocimientos y valores que atesoran. Esta campaña se está haciendo a uniendo fuerzas no solo con la Asociación de Comunidades de Regantes Históricas y Tradicionales de Andalucía, sino también a través de la Federación Intervegas y otros agentes”, concreta.
Si se compara con otros lugares de estudio en el Mediterráneo, no se encuentran, según Jose M.ª, paralelismos con las dinámicas de custodia del territorio en ningún caso. “Hasta donde sabemos no las hay, al menos como tales. Desde entidades internacionales como el convenio RAMSAR, la UICN, ICCA Consortium o International Land Coalition se han interesado por este tipo de agroecosistemas. En algunos lugares del planeta tienen un reconocimiento expreso, por ejemplo desde la propia UNESCO. Sin embargo, el encaje dentro de la custodia del territorio no es tan sencillo puesto que las comunidades de regantes no son las propietarias del agua, ni del territorio. Solamente lo son de las infraestructuras básicas que sirven para el riego pero sí son concesionarias por parte del organismo de cuenca del agua que utilizan y de las que se les dota en teoría solo para la producción, no para la generación del resto de servicios que no son siquiera reconocidos por las administraciones ni incluidos en las dotaciones”. Jose M.ª concreta cuál es la tendencia mayoritaria en el resto de países mediterráneos. “Es la misma que en España: grandes inversiones para la destrucción-sustitución de estos sistemas por otros de riego a presión considerados más modernos y eficaces desde la perspectiva productivista. Solamente en algunos casos, sobre todo del entorno del macizo alpino o en zonas del norte de Europa, estos sistemas han sido objeto de protección tanto por sus valores culturales como medioambientales y paisajísticos, y en algunos casos se han convertido en recursos turísticos ligados al senderismo y el turismo sostenible y activo”, concluye.